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Diario de Serendipia en Sitges 2023: Primera cápsula

Una nueva edición del Festival de Sitges, la número 56, y llega con el público volcado en ella. Hay ganas de Sitges y se nota en el ambiente ya desde el primer día. Algunos problemas informáticos a la hora de reservar entradas agriaron el festival a más de uno, pero una vez en las colas para acceder a las salas, ese y todos los problemas tienden a olvidarse. Y de eso se trata, de compartir en compañía la fantasía,  el caos y el terror que nos ofrecen las pantallas del festival con la esperanza de evadirnos de los horrores cotidianos


JUEVES 5 DE OCTUBRE 


Serendipia inicia su itinerario harto pronto y en la sala Tramontana, donde más estará durante esta edición por diversos motivos: es la más accesible a la hora de hacer las reservas de prensa y, personalmente, es la única sala en la cual Serendipia puede sentarse en las primeras filas, algo vetado para prensa en el resto de cines del festival. Pero de las diferentes salas ya iremos hablando cuando toque. En Tramontana prácticamente ya formamos parte del mobiliario. El festival lo iniciamos, como ya va siendo tradición, con un film perteneciente a la sección Noves Visions, In my Mother’s Skin, película producida en régimen de coproducción entre Filipinas, Singapur y Taiwán, bajo el manto de Amazon, que traslada al espectador al archipiélago filipino durante la II Guerra Mundial. El país insular sufrió los horrores de una cruel ocupación japonesa, primero, y de una liberación a base de bombardeos norteamericanos, después. Su rica historia y cultura  quedó reducida a cenizas. Sangrada además por la infinidad de matanzas que cometieron los nipones durante su retirada con política de tierra quemada. El horror permea siempre todas las capas de la sociedad, ansiosos muchos de sacar la mejor tajada de la situación, todo lo corrompe la guerra haciendo aún más intenso el imperio de la crueldad.

De todo ello habla la segunda cinta de Kenneth Dagatan en clave de cuento de hadas sombrío. Es la historia de Tala (Felicity Kyle Napuli), la hija mayor de una rica familia filipina que está varada en una mansión con su madre, su hermano y su ama de llaves (Angeli Bayani) mientras su padre se va a luchar en el conflicto. Cuando su madre (Beauty González) sufre una misteriosa enfermedad, Tala confía ciegamente en una cautivadora hada del bosque (Jasmine Curtis-Smith) que promete curarla. ¿Qué podría salir mal? El director se adentra en el drama sirviéndose de todos los mimbres de un folklore popular en el que convive la imagenería cristiana, llevada a su expresión más paroxística, y los relatos ancestrales de un pueblo que batalla con la fuerza insondable de sus parajes selváticos. Ambas tradiciones se imbrincan, además, componiendo un sistema de creencias que tiene mucho de realismo mágico y que, aquí, en In my Mother’s Skin, muestra su rostro más oscuro. Con un presupuesto modesto, la cinta nos ofrece imágenes impresionantes que irán volviéndose espeluznantes conforme el hada vaya manifestando su auténtica naturaleza. Destacable es el ropaje que luce ese ser primordial, ansioso de sangre, una vestimenta que parece el reverso de los hábitos de esa virgen que preside el altar de la entrada de la mansión sitiada. Pero es sobre todo el acertado uso del sonido el que convierte el visionado en una experiencia inmersiva, aspecto que Serendipia puedo apreciar con su máximo esplendor pues el volumen de esta primera proyección en su sala preferida estaba especialmente alto. Atronador.

El director de In my Mother’s Skin, es nieto de un guerrillero filipino que se enfrentó a los japoneses, y su abuela, tuvo que lidiar con su ausencia y ese enemigo que constantemente amenazaba su seguridad y la de sus hijos. Ellos, como todos los supervivientes, tuvieron que vivir con las secuelas del horror sufrido.  Ese horror se aborda en su segunda película, con un tono sombrío, inequívocamente pesimista, que el autor define como «un cuento de hadas para nuestros abuelos, padres, niños, amigos y vecinos, que han estado experimentando esos aterradores cambios«.

Jasmine Curtis-Smith como El Hada, y Felicity Kyle Napuli como Tala (Copyright – Amazon Studios)

Y más iconografía religiosa nos esperaba en Hermana Muerte, la precuela de la magnífica Verónica (2017) con la que Paco Plaza profundiza en uno de los personajes de aquella: la aterradora monja ciega. Es más un spin-off que un mero relato que pone los antecedentes de su película precedente, algo que da entidad propia y personal a esta obra que se inicia con el tono del terror clásico para derivar, en su desenlace, hacia un giro narrado con el ritmo acelerado del terror actual. Cambio de registro que no fragmenta el relato, sin embargo, sino que está puesto al servicio de darle al clímax un carácter espectacular que impacte, sorprenda y atrape al espectador. Un final que está haciendo las delicias del público, pero que a quien esto escribe le pareció excesivamente operístico.

La cinta arranca en clave de esos documentales en blanco y negro que después trufaron el No-Do. Las imágenes nos sitúan en la España de la Guerra Civil, vemos a una aglomeración de fieles adorando a una niña. Como los pastorcillos de Fátima, supuestamente la infante es sujeto de visiones marianas. Un milagro que habrá de marcar su destino. La llamarán «Niña Santa» y su fama la irá precediendo cuando decida tomar los votos. Y el color irrumpe en la pantalla cuando, diez años más tarde, llega a un convento, antes de clausura pero que se ha reconvertido en asilo para niñas sin recursos, como Hermana Narcisa (Aria Bedmar). Plaza sabe tomarle el pulso a esa España devota y oscura que constriñó los destinos desde la postguerra hasta bien entrado el desarrollismo. Una España de cirios y hábitos que imperó auspiciada por el Movimiento. Pero no se queda sólo en el costumbrismo (en el que tan bien se mueve), más allá, también se hace eco del problema de la autenticidad de la fe, expresada en las dudas íntimas de esa protagonista que no sabe hasta dónde fue cierto lo vivido en su infancia y que espera una señal que confirme o no su vocación. Hermana muerte es una cinta que pivota en torno a la noción de visión en toda su polisemia, desde su aproximación al campo semático de la alucinación, hasta  su acepción de discernimiento claro, pasando por su condición de sacar a la luz lo oculto y su índole de profecía. Cegarse puede ser la única manera de ver más allá de las apariencias. Y todo ello lo logra sin abandonar la perspectiva del género.

Hermana muerte avanza ligera como una película de misterio que no es simple. En ella se dan la mano los fenómenos paranormales y la depravación de quienes ocultan un secreto criminal. Un laberinto que se recorre con el ovillo de la inocencia, la de quienes pagan las atrocidades de unos y otros en un mundo en guerra, y aquella otra que reviste a los libres de culpa, que son los únicos capaces de alumbrar la justicia. Sin abusar de los sustos fáciles. Con la dosis justa de suspense. Un terror de efecto que sabe arrancar de lo cotidiano su raíz. Como en aquella otra cinta de la que ésta se quiere preludio.

Hermana Muerte se estrenó directamente en plataforma, concretamente el 27 de octubre en Netflix, así que el haberla podido disfrutar previamente en pantalla grande ha sido todo un privilegio.

Y Serendipia vuelve a Filipinas para concluir su primera jornada en el Festival de Sitges, pues allí (y en Corea del Sur), se desarrolla el hiper-violento thriller The Childe (귀공자) de Park Hoon-jung, responsable de la modélica New World (신세계, 2013).  The Childe llegará a las salas comerciales de la mano de A contracorriente y cuenta la historia de Marco (Kang Tae-Ju), un kopino, que es como de forma despectiva se llama a los hijos de padre coreano y madre filipina. Un joven que pelea en estadios de boxeo ilegales en Filipinas y busca a su padre coreano para conseguir dinero para la operación de su madre enferma. Un día, recibe un mensaje de alguien que dice ser su progenitor, y vuela a Corea del Sur para encontrarse con él. Al llegar será perseguido por distintos bandos sin saber la razón de su persecución. Un desconocimiento que comparte con el espectador. Esta es la trama con la que el director jugará ofreciendo giros y equívocos, mezclando las imágenes violentas con las situaciones cómicas. Un trabajo de enredo que consigue difuminar quien juega en  el bando del bien y quien es  el malvado. Acción, mucha acción y humor, en su mayor parte protagonizado por el dandi, y brutal asesino, encarnado por Kim Seon-Ho. Una manera buena y adrenalítica de cerrar la jornada con una sonrisa en los labios.

Finalizamos esta primera entrega de nuestro diario con el primer y espectacular, como siempre, Making Of del festival, reflejo de ese Sitges glamouroso, oficial, que no tiene nada que ver con el nuestro de guerrilla: colas, madrugones, calor y fiambrera.

 

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